En Sueño Profético veía un campo, pero un campo más bien feo al lado del campo que yo siempre he visto, digo campo porque no había casi casas; éstas, se veían pocas y muy distanciadas unas de otras. Y dijo uno:
Éstos son terrenos de Israel. Estos caminos los pasó el Maestro, y en esta fuente... –y me hizo ver una fuente con un pilón, a la que llegaban animales y bebían.
Siguieron diciendo:
Este Hecho que hoy me mandan dictar está perdido para el hombre. A esta fuente venían un día dos mozas a llenar dos cántaros que en el cuadril llevaban con gran aire de fortaleza y alegría, cuando a su vez un arriero daba de beber a sus dos mulas, mientras otros esperaban para acercar a sus animales para calmarles la sed. Estaban estas mujeres mandando el pecado a estos hombres con sus gestos y sus palabras, y apareció el Maestro con unos de sus Discípulos, y el arriero se fue para Él y Le dijo:
–Maestro, no quiero pecar, pero estas mujeres vienen a llenar el cántaro todos los días cuando...
No dejó el Maestro que siguiera, y le dijo:
–Cuanto tú pasas por la vereda, ellas saben que pasan los que quieren pecado. Ellas saben que el que no se oculta de mi amistad, no pasa por la vereda. Tú dices que vas a oír al Maestro, según en el sitio que te oyen. Si tú no pasas por la vereda, y cuando te juntas en la fuente hablas de Mí y mi Enseñanza, le puedes al pecado. Pero si vives agrandando el pecado, ya no estás en contra del pecado, estás en contra de la Enseñanza que yo voy enseñando. Tienes que odiar al pecado, porque va en contra de Mí.
Siguieron andando y, al llegar a la fuente, dijo este pecador –aunque no había hecho graves pecados:
–Maestro, si hoy no Te veo, hubiera estado todo el día en llanto. Anoche, cuando llegue a mi casa, mi mujer te estuvo buscando –porque yo la mandé– para siempre unirnos los dos a tu lado, para enseñar tu Doctrina, que va en contra del pecado –y se puso de rodillas esperando el Perdón.
Desperté, oí:
¡Cómo quedaron las mozas
cuando vieron al Maestro,
y delante de su túnica,
con las rodillas en el suelo,
al que ellas, madrugaban,
todos los días por verlo!
Eran unas pecadoras
que pecaban sabiendo
que al que ellas seguían
lo apartaban del Maestro.
Apartaban al que quería
de palabras al Maestro.
Éste no cayó en pecado
porque allí llegó el Maestro.
Al pasar por la vereda,
esto decía el arriero:
¡Si un día yo me encontrara
en la fuente al Maestro,
ya me quitaría este mal
que oculto dentro me siento!
Yo Le pedía Perdón,
y ya me daban desprecio.
A Dios llegan los deseos
que pide el arriero.
Allí, en una vereda,
le llega arrepentimiento.
***
Dios sabe cuándo nos hemos arrepentido y sale a nuestro encuentro.
ResponderEliminarCon qué sencillez está relatado el hecho, qué descripción hace de los tibios; cuando se ama como amaban sus Discípulos, no había tentación que les hubiera podido.
ResponderEliminarQue pena que no sea leído este Evangelio en la Santa Misa
ResponderEliminarCuantos aprenderían a pisar el pecado!