En Sueño Profético hablaba Teresa de Ávila. Decía el trato que en el convento le dieron.
Contaré mis primeras entrevistas con mis compañeras:
Quise contarles mi vida
y por qué entré en el convento,
pero quise también contarles
lo que me pasaba dentro.
Se lo dije a dos o tres,
y éstas lo fueron cundiendo.
Y de buen sitio que tenía,
me metieron allí dentro,
donde encerraban la leña
y había como un granero.
Estas celdas las tenían
como para dar sufrimiento,
o martirio,
que era frecuente
el darlo en aquel tiempo.
Pues yo me encontraba allí
más a gusto que en el centro
de aquel grandioso palacio,
que no parecía convento,
que más parecía palacio.
Ya, si alguien preguntaba,
decían que estaba ausente.
Me cambiaban las comidas:
las frías por las calientes,
las calientes por las tibias.
Cantaban en alta voz:
“no escuches Teresa al demonio,
que será tu perdición”.
Yo todo esto lo contaba
de rodillas al Señor,
y Él contestaba Palabras
que luego escribía yo.
Cada día me sentía
con más fuerzas al hablar.
Estando un día en la celda,
en la celda, castigada,
estas fueron las Palabras
que Dios me habló “pa” empezar:
“No te importe que te metan en el fondo del convento, ya que el mejor sitio es para el que dé menos rendimiento. Tienes que salir de aquí, como Yo fui a la montaña. Mi Padre no Me mandó, ni en secreto, ni para que ocultara que era Dios Hijo”.
A los pocos días, cuando estaba en oración, ya bien de noche, otra vez me habló. Dijo: “Mis Palabras sean dichas por ti y no en el convento”.
Desperté, oí:
¡Que me importaba estar dentro,
cuando Él me visitara,
me hablara y me sacara!
Yo no lo quiero pensar,
cuando me sentó tan mal,
cuando me metieron en la celda.
Y cuando allí vi a Dios
hablarme con este Amor,
quise morir de vergüenza.
¡Qué importaba convento,
celda, palacio, martirio,
cuando esté este Dios contigo!
Contigo, si está este Dios,
tú no sientes los martirios,
que los martirios los cambia
por ese gozo continuo,
gozo de Gloria secreta,
que el hombre quiere que hagas.
Yo el secreto lo cambié
por la celda del convento,
y del claustro me escapé;
me escape, que me sacó
este Dios que yo adoraba.
¡Ay Señor, dame Palabras
para que tus males remedie,
y déjame mi sufrir,
que mi sufrir no es de nadie!
TERESA DE ÁVILA
***
Libro 12 - Dios Comunica y Da Nombres - Tomo II - C5
No se enciende una lámpara para ocultarla. Igual que Santa Teresa,el Amor a Dios tiene que estar en nuestra boca y en nuestros actos.
ResponderEliminarTeresa de Jesús
ResponderEliminarJesús de Teresa
Nada más encendido que la Gloria de Dios en sus Elegidos.