Libro 6 - Investigaciones a La Verdad - Tomo I
Hace un año, poco más o menos, que conocí a Dº Ana García de Cuenca. Un grupo de amigos me invitaron a su domicilio para conversar un ratito con ella.
Tengo que confesar que siempre había ojeado con cierta indiferencia los Mensajes del Señor, que semanalmente aparecen en la prensa.
Después, he tenido ocasión de conversar con ella varias veces. Es una mujer buena, sencilla, humilde, sin alardes de profeta, sin formación humana, pero alegre y optimista, con una alegría que seguramente le da la cercanía de Dios.
Su vida es casi un doble milagro. Primero, porque el día entero está consagrada a Dios y a los hermanos; por sus continuas y constantes visitas a enfermos y ancianos, donde ella va a compartir el dolor o la soledad de los que llevan el sufrimiento clavado en su cuerpo o en su alma.
Ella sabe muy bien que el amor a Dios, que anida en su corazón, debe volcarlo en los hombres, ya que este es el primer mensaje y núcleo de todos ellos, que debe transmitir a los hermanos.
Sus visitas son luz, serenidad y paz para los que sufren. Y ofrece siempre su oración para que esa paz sea una realidad en el Cielo, de las almas de los enfermos y ancianos que visita.
El segundo milagro, que a mí me impresiona grandemente, es el entusiasmo, sin fanatismo, que infunde, sin pretenderlo, en el corazón de muchas personas, sobre todo jóvenes, que han dejado y dejan atrás muchas comodidades, incluso buenos puestos de trabajo, para ponerse a su disposición, porque entienden y lo saben muy bien, que esta disponibilidad no es para Anita, sino para el Señor y sus predilectos, los pobres y los enfermos.
Confieso que me ha edificado el entusiasmo con que estas personas -repito, en su mayoría jóvenes- entregan su vida al servicio de Dios y de los hombres. Con cariño y unción prestan incluso su voz al Mensaje del Señor, para grabarlo, y con su calor profundizan más en el corazón del que lo oye y medita.
Entonces, podría preguntar alguna persona: ¿Admite Ud. la autenticidad de los Mensajes?
Siento un enorme respeto y escalofrío por todo lo que toca o roza lo sobrenatural.
Estas líneas que escribo, no las realizo en calidad de teólogo, que no lo soy por el solo hecho de haber cursado estudios teológicos. Lo hago en calidad de profundo creyente, que está convencido de que en el mundo hay más santos y profetas de los que nosotros imaginamos o creemos. Y al ver la sencillez, sinceridad, constancia y espíritu de oración de esta buena mujer, creo que Dios debe estar en Ella.
Los Mensajes que Ella transcribe, son llamadas al hombre de hoy, que vive -mejor dicho, malvive- asfixiado por la técnica, y después de haber visto todo, haber probado todo y haberlo gozado todo, ha quedado defraudado, desesperanzado y aburrido, con el tedio y la náusea como recompensa.
Con razón llaman a nuestra época, la de la "desesperación de los felices". Y es que el hombre ha vuelto las espaldas a Dios, y ha querido desterrarlo de la plaza mayor de su existencia, poniendo su esperanza en el dinero, en la influencia y en el amor peliculero.
Y la esperanza verdadera, sólo se encuentra en Dios.
Así lo recuerda el Señor en casi todos los Mensajes que uno lee al abrir cualquier Libro de Dª Ana, diciéndonos, que toda persona que vuelva su rostro y su vida a Dios, se dará cuenta que su gozo no está ni en el pasado, ni en el presente, sino en el futuro, porque tomará conciencia de ser un peregrino que no tiene ciudad permanente ahora, y va buscando la eterna.
Muchos de los Mensajes, leyéndolos y reflexionando seriamente en ellos con espíritu de fe, nos invitan a escuchar la Palabra de Dios que nos hará cambiar el rumbo de la vida al contacto con Dios. Esta Palabra puede más en nosotros que nuestros egoísmos y nuestras pegas.
Los Mensajes son una invitación a una conversión constante, para reparar el olvido y abandono que miles de personas tienen de Dios, "Hacedor Supremo", pero también el "Bienhechor" cercano que nos ama maternalmente con su corazón paterno.
Otra característica que encontramos en estos Mensajes, es una invitación a rezar, a entablar un diálogo con nuestro Padre Dios.
Hoy vivimos en un mundo cada vez más secularizado, más materializado, en el que por desgracia, la presencia de la divinidad está casi ausente. Y hoy, como ayer, nos hace falta acudir a Dios, para pensar en Él con amor, para tratar de amar, como decía Teresa de Jesús, con quien sólo sabe mucho de amor.
Estas pinceladas son las que abundan en cualquier escrito o Mensaje de Dª. Ana. Más aún, en muchos de ellos hay un paralelismo en sus afirmaciones, con la doctrina que leemos en Santos o Padres de la Iglesia. Y no puede ser que ella lo haya transcrito, porque en su formación humana y eclesiástica ignora estos conocimientos.
Termino. Estas líneas de reflexión, quieren ser sencillamente las aclaraciones de un profundo creyente, ante la insistencia de muchos amigos a leer o escuchar alguno de estos Mensajes. Y así, en primer lugar, manifiesto mi más profundo respeto y veneración ante Dios, porque hoy también sigue haciendo en sus hijos maravillas. En segundo lugar, porque estoy convencido de que con su meditación acercaría a muchas almas a Dios.
Después, la Santa Madre Iglesia, sabia y prudente, a la que todos amamos y respetamos, -Dª. Ana, también-, en su día dirá la última palabra.
Pido de corazón a Dª. Ana, Anita para los amigos y colaboradores, nos encomiende al Señor, para que olvide nuestras limitaciones y nos infunda a todos un deseo grande de realizar su voluntad, con el gozo de una vivencia auténtica del Evangelio.
Fdo.: ANTONIO GOMEZ AGUILAR
Párroco de la Santísima Trinidad
CÓRDOBA
Este prólogo me ha encantado, pero los sacerdotes no pregonan los Mensajes hasta que la Jerarquía de la Iglesia se pronuncie.No sé qué más pruebas quieren.
ResponderEliminarHay que alabar a este hombre la valentía de reconocer que leyó los Libros de Ana después de muchas peticiones de los seguidores de ella. Esto quedará así en la historia para justificar el trabajo que cuesta llevar esto a la gente, el pordioseo que tuvo que pasar el Profeta para que le reconocieran su Obra.
ResponderEliminarEste hombre por lo menos fue valiente.