En Sueño Profético hablaban del Amor de la madre al hijo. Decían:
Si la madre no ama más a Dios que al hijo, le falta amor al hijo, y siempre tendrá un hueco por algo que bien no hizo. Si a Dios pone delante, todo lo hará por su hijo, y si algo lo hizo mal, el Cielo será testigo de cuando la vio actuar por salvar al hijo.
Esto nunca tendrá cambio, como tampoco el marido que Dios te aceptó desde el Cielo con las Palabras que dijo, que ahí están escritas y continuarán hasta el final de los siglos.
Es el Amor que a Dios le tengas el que te lleva por el camino que extraña al que este Amor no siente.
Ser madre no consiste en decir: “Este es mi hijo”. Hay otra cosa mayor que es el que te lo deja vivo de espíritu para siempre, porque tú se lo has pedido, y has pedido por las madres que quieren mucho a sus hijos y todo es para el cuerpo y nada para el espíritu. Estas madres están queriendo a los trajes de los hijos, y desde niños les gritan demostrándoles el cariño. Pero pocos gritos oyes diciendo: “Señor, que me conserves su espíritu. Que como yo Te quiero, haz que te quiera mi hijo, que nunca me enfadaré cuando le oiga decir: “Antes al Cielo que a nadie”.
Desperté, oí:
Cómo tomarán las madres estas palabras, dichas por una madre en el Cielo a la que Dios manda que las diga.
¡Qué cierto que es la madre la que al hijo retira de que primero ame a Dios!
Porque ella, siendo madre, tiene que poner primero a Dios estando el hijo delante.
Esta es la contestación de la verdadera madre:
“Dios hace el número uno, y mi hijo, el número dos”.
La que no sienta esto tendrá el sufrir mayor cuando tenga que decir: “Señor, mi hijo, en Ti está su Salvación”.
La que pone primero a Dios, en Él confía, porque piensa: “Él lo quiere más que yo”.
MÓNICA DE AGUSTÍN
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El Mensaje deja claro que los niños de ahora están como están porque sus madres no ponen primero a Dios. Sólo se busca el bien para el cuerpo y nada para el espíritu.
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