En Sueño Profético decían;
El rebose de amar a Dios no puede tener escondrijo.
El Amor a Dios le puede a todas las tentaciones que en contra de Él te vengan.
El Amor a Dios ya te va haciendo Milagros.
Dijo uno:
El que dentro lleve Amor de Dios, es porque ya lo pidió él antes con su forma de vivir. Porque Dios ama a los hombres, pero no les da su Amor como hace con el día y la noche, con el agua y el Sol. Esto es la vida. Él, su Amor lo da, como ya lo nombrado, pero aún con más fuerza. Donde llega este Amor, no hay duda que deja contagio, contagio de Amor a Dios. Y después, estas palabras se van multiplicando, y ya se habla de Dios, que es lo que al hombre le está faltando.
Había una mujer en Betania, conocida por "la mujer que te paga el Amor a Dios". Tenía marido e hijos, y el marido se casó con ella por buena, más que por presencia material. Éste no amaba a Dios antes de casarse, pero "la buena" le hacía pensar en un hogar con Paz, que era la ilusión de este hombre. Pues de este hombre se oía por donde iba:
¡Me ha contagiado el Amor a Dios! Pues yo ya hablo más de Dios que ella, por mi profesión -era tratante de ganado, y siempre tenía que estar hablando-. Me pongo a hacer un trato, y me salen las Palabras: "¡Dios nos dará el pienso en la lluvia! ¡Dios querrá que se le quite la epidemia al ganado!" -cuando me hablaban de enfermedad en los animales.
Él siempre hablaba en sus tratos más de Dios que del trato, y acababa diciendo:
¡Es mi mujer la que me ha contagiado! Vamos a casa a comer, que ella como entren de Dios hablando, ya está echando el mantel y comida a la mesa llevando.
Se vive con tanta Paz, cuando siempre de Dios se está hablando, que te quita de hacer mal, aunque sea de pensarlo.
Desperté, oí:
"La que contagia el Amor a Dios", le decía cuando la veían por la calle o sentada en su puerta cosiendo con otras que también iban.
Ella, de un pantalón viejo, si pedazo nuevo había, le sacaba uno nuevo al niño de la vecina.
Siempre estaba su puerta, cuando tiempo de sol hacía, llena de madres y niños.
Cuando al marido le decían: "Siempre tienes a flor de labios la palabra Dios. ¡Da alegría estar contagiado!", antes contestaba él que el pensamiento:
"No soy yo. Es mi mujer, que me ha entrado a Dios tan dentro, que ya no podría vivir sin tener este contento.
Es la Palabra de Dios el principal alimento.
Lo que hacía esta mujer, todos pueden hacerlo.
Lo que tienes que tener, es el Amor vivo por dentro.
***
Si es verdad que todos podemos hacer lo mismo que esta mujer, pongámonos manos a la obra. A mí me duele como una puñalada cuando oigo nombrar a Dios, pero en vano.En ese momento no sé cómo reaccionar.
ResponderEliminarQué sencillo es amar a Dios, personas sencillas como esta mujer contagian el Amor de Dios, y al hierro lo moldea como si fuera barro.
ResponderEliminarYo quisiera que mi mujer se pareciera a ésta del mensaje. ¡Qué sencillez en la forma de vivir!
ResponderEliminarDios es sencillez y humildad, el que Lo ame tiene que tener estas cualidades como bandera que enarbolas. Es fácil reconocer cuándo es verdad que amas a Dios o no, si presentas estas cualidades.
ResponderEliminarEstoy contigo Chiquita, y se me viene a la mente que la jerarquía de la Iglesia debería ser más sencilla y más humilde, se parecen a la sencillez y a la humildad lo que un huevo a una castaña.
ResponderEliminarMe ha encantado este mensaje, explica la historia de esta mujer con palabras muy sencillas que es difícil no comprender el mensaje, parece que estás viendo las escenas.Un abrazo a todos los compis del blog.
ResponderEliminarAyyy! Que belleza de historia ! Dan ganas de entrar en esta familia.Buena elección hizo el tratante ,tan buena ,tan buena que sin saber ,al escoger mujer ,puso a Dios por delante pues se casó con ella porque era buena y ya sabemos que no hay bueno sin Dios.
ResponderEliminarHay millares de casos por no decir millones que al casarse con una persona que saben abiertamente que no quiere nada de Dios,están pecando de IDOLATRÍA....si,sí..pues idolatría es poner a alguien o algo antes que a Dios; luego de a poco se llevan el pago que en el mismo pecado va la penitencia.